Vinieron en las estelas

Antes, pasaban aviones soltando chorros blancos que se extendían por el cielo, descendiendo lentamente como finísima llovizna. Al otro día, buena parte de la población tenía catarro, eczemas, vómitos, diarreas. Los hospitales colapsaban. El ministerio comunicaba que era un virus, los médicos decían que era un virus, la gente se lo creía y tomaba el medicamento que le daban. Algunos se recuperaban más tarde, otros se morían.

Había quienes decían que sobrevivirían los más fuertes, como una especie de selección natural con aditivos; que probaban productos farmacéuticos, o que incidían en la economía mundial a través de ellos; que experimentaban con sustancias que servían para fabricar armas químicas; que nos introducían aparatos nanotecnológicos para controlar nuestras mentes.

Esta vez fue peor...


Pasaron cuatro naves a baja altura, pero no soltaron nada, aparentemente… Luego, se nubló, comenzó una lluvia torrencial, cayeron enormes piedras de granizo. La gente trató de guarecerse bajo los aleros de los comercios o en los pórticos de los edificios. Ante la posibilidad que una de esas piedras me golpeara, me escondí debajo de un banco.

Pronto, las calles se anegaron, el viento arreció arrancando ramas y quebrando árboles, el granizo rompió vidrios de automóviles y ventanas, la gente guarecida sintió terror…

¡Pero el verdadero terror vino en forma de animales antropomorfos de dos metros y medio de estatura!

Emergían de las tapas de las cloacas, de las esquinas, de las azoteas, desde dentro de los edificios. Tenían patas que parecían de hombres rana; piernas y brazos extremadamente largos, fibrosos; piel cubierta por un vello escaso; los sexos no existían; abdómenes hundidos y mandíbulas enormes, tenían el objetivo común de saciarse en la carne…

¡Se lanzaron sobre la gente!

En la hecatombe no hubo discriminación. Un viejo intentó defenderse con el bastón hasta que fue alzado en vilo, arrojado al piso, devorado allí mismo; una mujer fue abierta con garras que parecían de acero, y sus vísceras predilección del monstruo que la apresó; una niña quedó decapitada de un bocado; un hombre fornido fue desmembrado a tirones.

Cerré mis ojos, me tapé la boca, entre rugidos y gritos escuché a mi mente repetir mil veces: “Esto no puede ser…”

Pero eso era tan cierto como los soldados enmascarados que aparecieron portando extraños aparatos que emitían un sonido agudo y monocorde, que fue separando a los monstruos de sus víctimas, derritiéndolos en masas amarillentas que se disolvieron en el agua, que se evaporó cuando las nubes se abrieron dejando paso a los rayos solares de una nueva era.


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